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El trauma nos desconecta del cuerpo

El cuerpo se mimetiza con el trauma. Su sabiduría innata se refleja en cómo un simple movimiento, una postura o toda su fisiología se adaptan a las circunstancias para maximizar el bienestar y sobrevivir.

El cuerpo lo soporta todo y refleja todo lo que nos sucede. El dolor emocional y el dolor físico provocado por el trauma se sienten en el cuerpo. Dolor en la garganta, en el pecho, aumento de las pulsaciones, pesadez en los hombros… son solo ejemplos de lo que  pueden ser manifestaciones físicas del dolor emocional que nos abruma, y que nos conducen a desconectar del cuerpo para evitar experimentar el sufrimiento. Una reacción útil en el momento del evento traumático y en circunstancias de elevado estrés emocional, porque nos distancia de la situación dolorosa, pero es solo un parche. El trauma queda impregnado en el cuerpo y se volverá a manifestar, tal vez no de forma inmediata, pero sí con el paso del tiempo.

Esta utilidad se convierte en perniciosa cuando desconectar del cuerpo ante la posibilidad de sufrir se convierte en algo habitual; y nos conduce a ignorar el malestar, la tensión, a exigirnos más allá de nuestros límites, a descuidar nuestro bienestar obviando las necesidades corporales básicas o abusando de nuestros cuerpos  con largas horas de trabajo, falta de sueño, comida, drogas, ejercicio compulsivo, autolesiones, hasta el punto de rechazar síntomas físicos que requieren atención médica.

Cuando no estamos conectados con nuestro cuerpo podemos verlo como un problema, como algo a ignorar o anular, o bien como algo a resolver.

Ignorar las señales del cuerpo es perder las oportunidades que ofrece el contactar con la sabiduría innata del cuerpo. Cuando estamos sintonizados con nuestro cuerpo podemos confiar en nuestra mente y no recurrir tanto a la «inteligencia somática en el aqui y en el ahora». Como señalan Pat Oden, creadora de la Psicoterapia Sensoriomotriz, y Janina Fisher en el libro Psicoterapia Sensoriomotriz. Intervenciones para el trauma y el apego, el coste de los mecanismos autoprotectores que tendemos a desarrollar frente a las experiencias adversas, conlleva «una pérdida de contacto con el potencial de sanación y de crecimiento que podemos encontrar al escuchar nuestro cuerpo».

El trauma activa un tipo de inteligencia corporal que nos protege del daño a través de la paralización, la inmovilización, el entumecimiento, el apagamiento; respuestas naturales y esenciales para la supervivencia. El problema surge cuando esas reacciones físicas continúan o reaparecen cuando las condiciones en las que se produjo el evento traumático han desaparecido.

La dificultad de reconectar con el cuerpo tras el trauma

El trauma, al igual que el apego, influyen en la manera en que nos sentimos en el cuerpo, y la simple idea de reconectar con el cuerpo tras un evento traumático puede ser abrumadora, frustrante y generar ansiedad. El miedo a sentir dolor, a tomar conciencia de sensaciones físicas desagradeables, puede llegar a ser casi paralizante, y rehuir de ello al no encontrarle ventajas para mejorar la calidad de vida y el bienestar.

En estos casos, la paciencia es un recurso indispensable, necesario para no querer cambiar  las señales del cuerpo sino para comprenderlas y aceparlas sin más. El tiempo, el conocimiento y la comprensión conducirán a aceptar esas sensaciones, ese dolor.

Cuanto más escuchemos al cuerpo más podremos recurrir a su sabiduría para resolver problema del pasado y superar sus condicionamientos. La Psicoterapia Sensoriomotriz enseña  al cliente «formas de conectar con el cuerpo para desencadenar un proceso de sanación natural que ayude a resolver las lesiones psicológica, y que favorezca un nuevo nivel de conexión» con nosotros mismos y con los demás.